miércoles, 23 de noviembre de 2016

No llores. Sé un niño fuerte



Hoy en el parque había un niño aprendiendo a andar en bici. Lo estaba intentando con todas sus ganas, pero en uno de los intentos, se ha dado un golpe. Aparentemente no se había hecho daño, pero el niño lloraba desconsoladamente. Podría ser un lloro por impotencia, por rabia, por el susto, por el disgusto, por dolor, por vergüenza… muchísimas cosas.

Esperaba haber visto un padre preocupado, angustiado o sobrecogido al ver llorar a su hijo. Esperaba haber visto a un padre abrazando a su hijo y diciéndole “no te preocupes”. Pero no. Ese padre le decía: “no llores, sé fuerte… no ha sido nada… por eso no se llora“. Y su tono no ayudaba.

¿Que pasa con el llanto?
Dejamos reír, pero no siempre dejamos llorar. Y eso confunde a los niños. Por eso hay quien siendo adulto… no sabe llorar. No sabe porque no se le ha permitido.
Cuando escuchamos llorar a un niño, se nos activan las “alarmas”. Nuestro propio estado emocional se altera y puede pasar por la pena, la empatía, la rabia, la impaciencia… No todos sentimos de la misma forma ante el llanto de un niño. Hay quien respeta que llore, pero tendemos a consolar e intentar que sus lágrimas terminen cuanto antes.

¿Es bueno para su bienestar emocional?
Si el niño deja de llorar por imposición, por presión, por amenazas, porque escucha “no se llora”, “eres un miedica”… estará recibiendo el mensaje de que no debe compartir sus emociones. Estará interpretando que sus emociones no se respetan, que molestan y que debe esconderlas porque no son bien recibidas. Este tipo de actuaciones, favorecen que el niño se sienta emocionalmente contenido e introvertido y que no pueda desarrollar todas las capacidades de su inteligencia emocional.
Hay una forma sana de reducir el llanto del niño que pasa por entenderle, por empatizar con él, y por recogerle. Esta atención llena de cariño, posibilitará que deje de llorar porque ya no necesita hacerlo, y por tanto, será positivo para su bienestar emocional.

No llores, sé fuerte 
Hace años no se conocía la importancia de la educación emocional y lo que puede condicionar la felicidad. En esos años nacieron expresiones como “no llores, se fuerte” que actualmente deberían haber desaparecido si queremos nutrir la inteligencia emocional de los niños.
Una persona emocionalmente fuerte e inteligente reconocerá sus emociones y las aceptará. Se atreverá a reír, y también a llorar. Se atreverá a enfadarse, a disgustarse, a equivocarse. Se atreverá a sentir, a emocionarse sin sentir vergüenza, sin sentir pudor, entendiendo que cada emoción… importa.

¿Cómo le hago fuerte? ¿Cómo le hago emocionalmente inteligente?
Entiéndele, acéptale, quiérele, transmítele lo que vale, déjale emocionarse, invítale a que hable de sus emociones, enséñale a reconocerlas, a entenderlas, a elaborarlas. Si se siente triste, arrópale, pero si necesita llorar para expresar tristeza o alegría, deja que lo haga. Enséñale que llorar es humano y que no es más fuerte quien menos llora, si no que quien es emocionalmente fuerte se atreve a llorar, a reír y a sentir.
Muéstrale que llorar no es “cosa de niños”, si no de seres humanos. Si tienes ganas de llorar, hazlo, no te escondas. No le prives a tu hijo de ver que sus padres también puede llorar lágrimas, que sus padres también tienen emociones. Enséñale a reconocer las expresiones emocionales de los demás. Le hará fuerte.

Emocionarse es humano y es sano. No bloquees tus emociones por no saber gestionarlas
(Fuente: Izaskun Valencia)

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